lunes, 7 de septiembre de 2009

Sobre la amistad filosófica


Definir la amistad no es cosa fácil, sin embargo, solemos relacionarnos con diversas personas para encontrar cierta compatibilidad o compartir gratos momentos. No obstante, si profundizamos en la historia, notaremos que durante muchos siglos se intentó definir la amistad, pues los grandes filósofos de la historia, así como los grandes literatos, poetas y hombres de todo tipo concluyeron que la amistad es un vínculo sagrado. Pero ¿será esto lo que hoy se conoce como amistad? O ¿acaso vivimos otra realidad sub nomine de la amistad? Si bien es cierto, hoy prolifera –salvo poquísimas excepciones– un 
«amiguismo» fácil y a la vez inconstante, pues llamamos «amigo» a todo aquel que está con nosotros –muchas veces sin saber el porqué está con nosotros– propio de las circunstancias, como si fuera aquella persona un pasajero más de algún bus o un envase desechable de esos artículos comestibles cuando cambiamos rápidamente de entorno. Muchas veces una persona se acerca a otra por los beneficios que pueda obtener o por alguna «motivación» o interés, los cuales van desde la compañía para matar la soledad o solamente para compartir un momento de distracción, o quizá también para «contar con la compañía de alguien» que en un momento lo saque de algún apuro, pero una vez pasado este apuro, desaparece el supuesto amigo y la supuesta «amistad». Razón por la cual, me atrevo a tratar ahora sobre los famosos «amiguitos», aquellos que solo están ahí para fumar un cigarro o para consumir alguna bebida alcohólica, para hablar incongruencias o lanzar alguna grosería, incluso llegar a hacer bromas pesadas y así remedar paupérrimamente lo que antes se llamaba «valentía». Estos «amiguitos» no valen nada. Por otro lado tenemos a los compañeros de estudios que pasan juntos meses y años en idénticas angustias y alegrías, como también existen compañeros de trabajo que se acostumbran a la rutina diaria de encontrarse y separarse a la misma hora. También compañeros circunstanciales para contarse cuitas e historias, penas y problemas, a los que más se valoran cuanto más nos escuchas y menos hablan. Todos estos son lazos que se rompen con facilidad y se olvidan en cuanto les va bien o la vida les da un giro inesperado. Empero, también existen las amistades románticas que ocultan otro tipo de sentimientos, ya que suelen derivar en enamoramientos que por desgracia no son más duraderos que las amistades ya mencionadas. Lo que bajo mi percepción hace falta y debe de darse es la amistad filosófica, aquella que entraña un amor al conocimiento del uno al otro, la que pasa por encima del tiempo y las dificultades, pues genera lazos de auténtica fraternidad aunque no haya vínculos sanguíneos de por medio. Por ello, lo defino como «filosófica», porque hay amor y sed de conocimiento, aquella que hace que dos o más personas traten de conocerse, de comprenderse, pasando por el gnothi seauton (conocerse a sí mismo). Aquella amistad que haga nacer el respeto, la paciencia y la constancia, aquella amistad que perdona sin dejar de corregir, no juzgando, sino enseñando al amigo/a, pues aquella que impulsa a que cada vez sea uno mejor persona para merecer realmente al amigo. Este tipo de amistad debe despertar el sentido de la solidaridad en los seres humanos, el apoyo mutuo en todo momento, aquella amistad que sabe soportar dolores o distancias, enfermedades y penurias, tristezas y alegrías. Una razón más por la que defino como «filosófica» es porque si se comparten ideas comunes, metas o aspiraciones similares de vida, un espíritu de servicio, superación y progreso, puede nacer esa amistad, aquella que no será flor de un día ni lluvia de invierno, sino, como las estrellas que están presentes en el día y que no se las ve, pero de noche siempre muestran su brillo como diciéndole a la luna «no estás sola, nosotras estamos siempre contigo». Con justa razón, nosotros, los filósofos del mañana y del pasado mañana, nosotros los que aspiramos a la sabiduría y la buscamos con voluntad inquebrantable hasta hallar sus trazos, podemos y debemos cultivar este noble sentimiento volcándolo en aquellos que del mismo modo tratan de encaminar sus vidas. Recordemos que la amistad es una sonrisa sincera y constante, una mano siempre abierta, una mirada de comprensión, un apoyo que debe ser seguro y un respeto al amigo/a que debe ser muestra de aquel vínculo sagrado como describían los griegos. Es dar más que recibir, es generosidad y autenticidad, es un tesoro que vale la pena buscar y una vez encontrado, mantener si se puede para toda la vida. Por eso valoro mucho la amistad en las personas, pues cuando llegue un momento en que todos te den la espalda, un buen amigo o una buena amiga que verdaderamente valore tu amistad, siempre estará ahí para escucharte.

Artículo original por Delia Steinberg Gúzman.
Agregado y Modificado por David E. Misari Torpoco.
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Hola Delia, como estas? Aquí te envío el artículo que me enviaste a mi correo para revisarlo, corregirlo y modificar algunas partes que me comentaste para que forme parte de mis Escritos desde la morgue; espero sea de tu agrado y gustoso de ayudarte con un pequeño granito de arena. Cuídate mucho y saludos a los miembros de Acrópolis. En nombre de la amistad filosófica te deseo lo mejor hodie et semper.



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